26 feb 2024

La oscura fuente del Amor: Primera parte.


En las ardientes llanuras de la Argentina rural, donde el sol se precipitaba con furia y las noches susurraban secretos tenebrosos, mi corazón ardía con una pasión avasalladora. Soy Tomás, un joven marcado por la tragedia, y mi voz tiembla al recordar la historia de Alina, una mujer que llegó a mi vida cuando yo tenía apenas 18 primaveras, un año después de la muerte de mi primer amor, María.

Ella, como un oasis en el desierto, se convirtió en la fuente de mi mayor dolor. Su belleza etérea y mirada enigmática cautivaron mi alma desde el primer momento en que sus ojos, profundos como el café que brilla con el sol, se posaron en mí. Con sus caireles cafés y dorados cabellos, y su piel tan blanca como el terciopelo, parecía una criatura salida de un sueño. Delgada, con pechos grandes y curvas deslumbrantes, su apariencia era algo inusual para una mujer de apenas 19 años. Su timidez y calidez contrastaban con una aura misteriosa que la envolvía como una fría y oscura noche.

Alina llegó a la granja desnutrida y taciturna, con manchas en su piel que revelaban una vida de penurias. Parecía haber vagado durante mucho tiempo por las llanuras, apenas pronunciando una palabra. Su silencio era un enigma, una barrera que me impedía conocerla a fondo. Sus ojos, llenos de una tristeza infinita, parecían esconder secretos que jamás serían revelados. Sin embargo, a pesar de su silencio y misterio, Alina despertó en mí una pasión que jamás había sentido. Su presencia llenaba la casa de una quietud inusual, y cada mirada suya era un poema que mi corazón recitaba sin cesar. La amaba con una intensidad que me consumía, con una devoción que desafiaba toda lógica.


Un día, mientras yo araba la tierra y ella preparaba la comida, queso, carne y pan para variar, Alina me llamó desde la casa. Pero yo estaba en las extensas tierras de mi padre. Fue entonces que mi padre le pidió que fuera a buscarme. Alina ese día llevaba un vestido blanco que dejaba entrever sus hermosas y fuertes piernas, que después de un tiempo de cuidar el ganado se habían fortalecido. Llegó a mí y solo dijo tres palabras: "A comer, sangre". Mis manos, aún no completamente desarrolladas, tenían marcas del rastrillo que utilizábamos para arar, especialmente en el dedo pulgar izquierdo. Recuerdo que ella, después de esas tres palabras, tomó mi mano y lamió mi pulgar para limpiar la herida, escupiendo después para dejarla libre de gérmenes y probar mi sangre.

Aquello, como hombre joven, me excitó al mismo tiempo que me heló la sangre. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y una mezcla de emociones me invadió: fascinación, miedo, deseo, incertidumbre. El misterio que rodeaba a Alina se intensificaba, y su acto inesperado me dejó con más preguntas que respuestas. ¿Qué significaba su gesto? ¿Era una señal de afecto, una muestra de poder, o algo más siniestro? La sombra de la duda se cernía sobre nuestra relación, y un presagio de tragedia pesaba sobre mi corazón.

En la granja, la vida transcurría entre el trabajo arduo y las historias de amor. Mi padre, Esteban, un hombre curtido por el trabajo y la experiencia de 37 años, araba la tierra con una fuerza imponente. Yo, a mis 18 años, lo imitaba, tratando de aprender de cada movimiento. A pesar del cansancio, mi padre siempre encontraba tiempo para dirigirse a la cocina donde Alina nos aguardaba con la cena. En esos momentos, entre aromas de comida recién preparada, mi padre compartía historias de amor: romances apasionados con mi madre y otras mujeres del pueblo. Aunque cargadas de un romanticismo exagerado, llenas de detalles que una joven virgen como ella no debería escuchar. Alina siempre se mostraba intrigada. Sus ojos, de un café oscuro como la noche, brillaban con intensidad y sus pupilas se transformaban en un verde profundo mientras lo escuchaba atentamente. Era como si estuviera cautivada por cada palabra, absorbiendo cada matiz con una devoción inquebrantable.

Al principio, no me molestaba la atención que Alina le prestaba a mi padre. Incluso, me divertía observar cómo se sonrojaba cuando él le dedicaba una mirada o un comentario especial. Sin embargo, con el tiempo, una sensación de incomodidad comenzó a crecer en mi interior. La fascinación de Alina por las historias de mi padre se intensificaba, y sus miradas se cruzaban con una frecuencia que me inquietaba. Un día, mientras preparaba la cena, ella me miró con una intensidad que me dejó sin aliento, mientras mi padre se mantenía ocupado buscando una botella de vino. Alina susurró con una voz tierna, firme y sensual : "tienes la fuerza de tu padre, pero te falta su experiencia." Sus palabras me impactaron como un golpe. Celos y rabia me invadieron, y una ola de calor recorrió mi cuerpo. En ese momento, comprendí con una claridad aterradora que Alina no solo estaba cautivada por las historias de mi padre, sino también por él mismo.

Esa misma noche mi padre bebió de más e hizo que Alina bebiera junto con el a altas horas de la madrugada. Recuerdo bien esa noche pues como eso de las las 3:33 AM en el granero se escuchaba como si una de las yeguas estuviera pariendo, el ruido me asustó mucho que inmediatamente tomé la escopeta que mi padre me había regalado junto a una linterna y llame a Tobias el perro viejo que teníamos como cuidador de la granja. Nuestro perro olfateo hacia el granero, para averiguar que estaba pasando, pero al llegar ahí ladro y se echó a correr como un cobarde, “Perro estúpido” grité. Sin embargo, lo que vi en ese momento me heló la sangre por completo, mi padre desnudo tirado entre la paja del granero tenía encima a Alina entre la fría obscuridad. En ese momento sentí rabia y escalofríos dos sentimientos que jamás he sentido en mi vida juntos. Aún así entre las sombras decidí alumbrar con la linterna haciéndome el tonto.  Al momento de alumbrar con a luz de la linterna a Alina, por un momento pude observar en que sus ojos se tornaron de un rojo intenso durante breves segundos, y que ese café que me había cautivado tantas veces cada mañana, se quebró como el viejo jarrón que mi madre le había obsequiado a mi padre una vez. Más me hizo helar la sangre y gritar, padre “¡Que maldita sea haces! ¡Mi madre esta bajo tierra y tu follándote a la criada!, ¡Te odio!” ese sentimiento ni siquiera se pudo comparar con el que sentí cuando murió mi primer amor, María. 

En ese momento salí corriendo hacia la llanura y con furia disparé al cielo, escuchándose los disparos hasta la granja. Caminé por las tierras de mi padre toda la noche y volví al amanecer. El hambre me hizo entrar a la cocina, donde estaba Alina con la cena lista, ella me vio y solo sonrió fríamente, como si algo se hubiera roto, yo contesté con el mismo gesto. Poco tiempo paso de que empecé a probar bocado, cuando mi padre Esteban entró sosteniendo una gallina muerta ¡Alina prepara esto para cenar! ¡Hoy no tengo hambre! Simplemente lo vi con una mirada fría y seguí comiendo. En la tarde mi padre fue a buscarme al campo, yo recolectaba semillas para volver a sembrar. Con una voz enérgica me dijo ¡no lo volveré a hacer, hijo! Yo solo respondí ¡Eso espero hijo de puta! Mi padre con una mirada arrepentida solo me volteó a ver y se marchó.  A partir de ese momento las cosas me favorecieron. Día tras día, yo me volvía más fuerte y mi padre me encomendaba menos tareas en la granja, el simplemente llegaba todos los días cenaba e iba a dormirse. Eso al principio fue demasiado extraño pero gratificante a la vez. El le tenía respeto a mi madre, que murió cuando yo tenía 15 años. 

Con el paso del tiempo, mi relación con Alina se convirtió en algo más que una simple amistad. Cada noche, bajo el resplandor plateado de la luna, encontraba en ella una compañera en la que podía confiar plenamente. A medida que nuestras conversaciones se volvían más profundas, descubríamos nuevos aspectos el uno del otro. Alina, con su aura misteriosa y su conocimiento del mundo nocturno, me fascinaba y atraía de una manera que no podía explicar. Sus ojos centelleantes ocultaban historias milenarias, y su presencia llenaba mi vida de una emoción que nunca antes había experimentado. Aquella noche fría, envueltos en el cálido abrazo del vino y la complicidad, Alina y yo compartimos un momento que cambiaría nuestras vidas para siempre. Después de la cena, mientras las estrellas titilaban en el firmamento y el viento susurraba secretos entre los árboles, nos refugiamos en la calidez del hogar. Con cada sorbo de vino, nuestras risas se volvían más libres y nuestras conversaciones más íntimas. Alina, con su mirada profunda y su sonrisa encantadora, irradiaba una energía que me atrapaba, como si estuviera bajo el hechizo de la luna misma.

Fue entonces, en medio de ese halo de complicidad, cuando Alina se acercó lentamente a mí, su aliento cálido con sabor a vino y mate rozando mi mejilla. El roce de sus labios contra los míos fue como un susurro del destino, un instante suspendido en el tiempo en el que el mundo entero desapareció a nuestro alrededor. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo mientras sus palabras resonaban en mi mente como un eco lejano. "Creo que ya eres más fuerte que tu padre, pero no estás listo", susurró en mi oído, sus palabras cargadas de un significado que aún no lograba comprender completamente. Aquella noche, mientras el vino embriagaba nuestros sentidos y el fuego crepitaba en la chimenea, su beso se convirtió en un recuerdo imborrable grabado en lo más profundo de mi ser. Y aunque no entendía del todo el significado de sus palabras, sabía que algo había cambiado entre nosotros, algo que marcaría el inicio de un nuevo capítulo en nuestra historia juntos.

Los días transcurrían en la granja, cada uno más extraño y cautivador que el anterior, mientras nuestra historia de amor tomaba un giro inesperado. Alina, mi amada compañera de aventuras, comenzó a experimentar cambios que desafiaban toda lógica y comprensión. Con el paso del tiempo, su vitalidad se volvió más evidente, como si estuviera absorbiendo la esencia misma de la vida que nos rodeaba en la granja. Sus pechos crecían con una exuberancia que desafiaba la gravedad, llenos de una belleza que parecía emanar de lo más profundo de su ser. Sus piernas se volvían más firmes y esculpidas, cada paso que daba irradiaba una gracia y una fuerza que parecían sacadas de un sueño. Su piel, antes suave y pálida, ahora adquiría un tono dorado y resplandeciente, como si estuviera bañada por la luz misma del sol. Cada caricia, cada roce, parecía deslizarse sobre una superficie satinada y perfecta, despertando sensaciones que nunca antes había experimentado. Y su cabello, ese mar de seda que caía en cascadas onduladas por su espalda, adquirió un brillo intenso y deslumbrante que eclipsaba incluso las estrellas en el cielo nocturno. Cada hebra parecía impregnada de magia, resplandeciendo con una luminosidad que iluminaba mi corazón en la oscuridad. A medida que la observaba transformarse ante mis ojos, me sentía cautivado por su belleza sobrenatural, por esa esencia radiante que parecía fluir a través de cada fibra de su ser. Y aunque su metamorfosis desafiaba toda explicación lógica, no podía negar la intensidad de mi amor por ella, una pasión que arde con la fuerza de mil soles y que me consume en una llama eterna de deseo y devoción.

Llegado el Verano recuerdo que un día comenzaron a pasar cosas extrañas, lo recuerdo como si fuera ayer. Un 7 de octubre bañado por el cálido sol del verano pampeano que acariciaba mi piel. Alina, mi amada, decidió hacer una pequeña excursión al pueblo cercano a pie, en busca de un poco de mate para compartir juntos bajo la sombra de los árboles. Sin embargo, lo que parecía ser una salida rutinaria se convirtió en el preludio de un misterio escalofriante. La tarde se desvaneció lentamente en el horizonte, y cuando el sol se ocultaba tras las colinas, Alina aún no había regresado a casa. La preocupación comenzó a apoderarse de mí, y conforme pasaban las horas, el corazón latía con fuerza en mi pecho, lleno de ansiedad por su seguridad. Fue en la oscuridad de la noche, bajo un cielo estrellado que parecía contener mil secretos, cuando finalmente vi su figura regresar a lo lejos. Pero algo estaba fuera de lugar, algo en su aura resplandeciente parecía diferente, como si estuviera envuelta en una luz sobrenatural que eclipsaba incluso la luminosidad de la luna.

Al día siguiente, cuando don Maxi, un anciano amigo de mi padre, llegó a la granja en su vieja camioneta, gritando a mi padre “Esteban vení vení tenes que ver esto pelotudo, uno de mis puercos ha muerto”. El aire estaba cargado de tensión y expectación. Su rostro marcado por los años reflejaba una mezcla de sorpresa y temor mientras nos guiaba hacia su camioneta en la parte trasera de carga donde yacía uno de sus preciados puercos, ahora sin vida. La escena que se presentó ante nosotros fue impactante: el animal había muerto en circunstancias inexplicables, con dos llagas profundas marcando su cuello como las huellas de un depredador invisible. Un escalofrío recorrió mi espalda al comprender la gravedad de la situación, mientras el misterio de la muerte del cerdo se entrelazaba con la extraña ausencia de Alina durante la noche anterior.

Ese día, Alina brillaba más de lo habitual, su piel radiaba un resplandor sobrenatural y su presencia parecía envuelta en un aura de misterio. Pero lo más perturbador fue su falta de apetito, un comportamiento que nunca antes había presenciado en ella, como si la esencia misma de la vida que la rodeaba ya no despertara ningún interés en su ser.El silencio pesado se extendió sobre la granja mientras contemplábamos la escena ante nosotros, preguntándonos en silencio qué secretos ocultos se escondían tras los acontecimientos de esa fatídica noche y qué oscuros presagios nos deparaba el destino.

Alina, con su resplandor sobrenatural y su aura enigmática, parecía ajena a la tensión que nos rodeaba. Su falta de apetito, tan inusual en ella, era como un eco siniestro de la tragedia que había ocurrido la noche anterior, una señal ominosa de que algo había cambiado en su ser. Y así, bajo el velo de la noche, nos sumergimos en el consuelo momentáneo del mate y el fernet barato que Alina había traído consigo. Con cada sorbo, la realidad se desvanecía y nos sumergíamos en un mundo de sensaciones intoxicantes y emociones intensas. Fue entonces, en medio de la embriaguez y la oscuridad, cuando Alina se acercó a mí con una pasión que nunca antes había visto en ella. Sus labios encontraron los míos en un beso ardiente y desesperado, su saliva como elixir de la vida que se deslizaba entre nuestros labios, embriagándome con su sabor dulce y viscoso.

Sus ojos cerrados, como si estuvieran buscando refugio en la oscuridad de la noche, revelaban una intensidad de emoción que me dejó sin aliento. En ese momento, sus labios rozando los míos, sus manos explorando cada rincón de mi ser, me sentí transportado a un mundo donde solo existíamos nosotros dos, unidos por un vínculo que trascendía la razón y el entendimiento. Y mientras el universo parecía detenerse a nuestro alrededor, me di cuenta de que en ese beso ardiente y apasionado, había descubierto una verdad profunda y eterna: que el amor entre Alina y yo era más poderoso que cualquier fuerza en este mundo, un lazo indisoluble que nos uniría por toda la eternidad, incluso en medio de la oscuridad más profunda y los secretos más oscuros. Entre mi entrepierna sentí mi mástil llenarse de sangre como mi corazón, ya había estado con María, no era mi primera vez. Con fuerza levanté a Alina, de la silla donde posaba su cola, y me la lleve a mi habitación. 






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